Segundo año que repetimos la experiencia con un grupo un poco menor que el primer año, pero con cambios significativos con respecto a la primera vez (ya no somos novatos y estamos preparados para todo)... incluso para soportar una ciclogénesis explosiva. Es verdad que en Galicia a veces llueve de abajo para arriba.

lunes, 27 de enero de 2014

Nuestra experiencia


Nosotros empezamos la experiencia del Camino un 24 de abril de 2012. Me acuerdo de que el viaje hasta Sarria se me hizo muy muy largo, pero seguro que fue por eso que dicen que cuando quieres llegar a un sitio parece que el coche, el avión, o, en este caso, el autobús nunca van lo suficientemente deprisa. 


Llegamos al pueblo cuando ya era casi de noche. Y allí nos llevamos la primera sorpresa: había que cenar por turnos porque el comedor no era lo suficientemente grande para más de 50 personas. Y una vez comiendo, muchos descubrieron que no les gustaba la comida: aquello no era nuestra casa. Fuimos a dar una vuelta al pueblo y más tarde escribimos los diarios muy apretujados en la sala de estar que estaba preparada sólo para peregrinos. Al poco rato nos fuimos a dormir, y no estando acostumbrados a irnos a la cama tan temprano a alguno le costó dormirse (…)

La mañana siguiente se presentó todo lo apacible que podía ser: lluvia, viento huracanado (en aquellos días una especie de tornado estaba golpeando el litoral gallego y algunas ráfagas de viento llegaban hasta el interior) y ni siquiera se veía el sol. Partimos en casi oscuridad y al rato de haber salido del albergue nos encontramos el primer indicador del camino: sólo quedaban 110 kilómetros de los 111. 

No recuerdo haber pasado tanto frío en mi vida: estábamos calados y encima el viento hacía que la sensación térmica fuera menor. A parte de todo eso, Roberto nos perdió en un pueblo (¡con dos calles!). Afortunadamente, después de la hora del almuerzo salió el sol y tuvimos un agradable paseo hasta Portomarín, en el que nos paramos a hablar con una señora gallega que casi no hablaba español, cuidaba unas vacas que eran bastante más altas que nosotros y calzaba zuecos de madera.


Casi llegando al pueblo nos encontramos la última sorpresa desagradable del día: en el puente sobre el río Sil había mucho mucho mucho mucho viento, casi no se podía ni avanzar, y al final muchos tuvimos que optar por ir a través de la carretera si no queríamos acabar en las aguas del río. Una vez en el pueblo hicimos lo habitual: comimos todos juntos, descansamos, y por fin sabíamos cómo es lo de llegar a un albergue después de haber caminado.
El día siguiente se presentó sin apenas complicaciones (recuerdo que había muchas subidas y bajadas, lo que hacía más interesante al paisaje) y llegamos al polideportivo de Palas de Rei, que fue, desde luego el lugar más interesante de todos donde nos hospedamos: había un par de ventanas rotas y el viento soplaba por ellas y le daba cierto aspecto fantasmagórico, sobre todo para un compañero al que habían castigado por hablar la noche anterior y que estaba completamente solo…


Y llegó el gran día. Empezamos por la mañana a las siete y media y llegamos más o menos 12 horas después (tened en cuenta que nos paramos varias veces). Juro que el rato hasta que llegamos a Arzúa es la vez que más hambre he pasado en mi vida, quizá porque no había tomado demasiada cena el día anterior (¡No seáis tiquismiquis!) Y luego el trayecto se nos hizo larguisímo, pero nos pasaron cosas interesantísimas: había una tienda de fruta recién recogida y bebida en la que los propietarios no estaban y se fiaban de que los peregrinos iban a pagar el precio marcado en una hucha, también nos encontramos un perro que recibió varios nombres y que nos siguió hasta casi la misma Arzúa y algunos compañeros utilizaron una carretilla abandonada para salvar los muchos desniveles que presentaba la etapa de aquel día. No recuerdo haber saludado a alguien con tanta alegría como a Fernando en un puentecillo diciéndonos que la camioneta estaba a sólo medio kilómetro de distancia, esperando con la merienda. Llegó a tiempo, estábamos pensando en bajar haciendo la croqueta.
Ese día casi no pudimos disfrutar de Arzúa, recuerdo que fuimos muy bien tratados por las monjas de aquel colegio y que Juanan encargó cena especial: pasta y albóndigas (así dicho puede parecer una tontería, pero entonces no lo pareció). Finalmente el sitio era pequeñito y muy caliente, por lo que nos dormimos en seguida.
La mañana siguiente era la etapa más corta, y, al venir cansados del día anterior me acuerdo que aprovechábamos cualquier oportunidad para sentarnos: mirar las flores, buscar wi-fi en los pueblos por los que pasábamos, leer los monumentos a los peregrinos que habían muerto… Finalmente llegamos al último pueblo que nos acogería antes de llegar a Santiago, donde nos hinchamos a tomar cafés y bollos en un café cercano donde todo estaba muy bueno, era muy grande y muy barato. 
El último día de camino empezó a las seis y media, y al comenzar a andar por los bosques no se oían ni nos los pájaros. Posteriormente Roberto se pondría a imitar a los monos y rompió parte del encanto que se había formado por el silencio y la espesa niebla. Y después de caminar un ratín, me acuerdo aún con emoción: que nos dijeran que allí estaba el Monte do Gozo, al principio echamos a correr quedando más de un kilómetro, pero como vimos que era todo en subida paramos y nos limitamos a andar deprisa hasta llegar al sprint final, donde echamos el resto. 


Después aún quedaba un rato (corto, eso sí) hasta llegar a Santiago. Intentaría describir la emoción de llegar a la plaza del Obradoiro, pero creo que eso es algo que hay que vivir. Finalmente llegamos al Colegio de La Salle de la ciudad, donde el director era palentino y nos trataron fenomenal y comimos como reyes. Santiago de Compostela es una de las ciudades de las que mejor recuerdo tengo, en parte porque es a la que más me ha costado llegar y en parte porque está dentro de esa increíble experiencia del Camino. 



Lector, es algo que todo el mundo debería hacer. A nosotros nos unió como clase, como amigos, como compañeros y como personas. Conocimos a gente que vivía (literalmente) en la otra punta del planeta y a gente que había estado sentada a nuestro lado toda la vida y con la que sólo nos habíamos cruzado un puñado de palabras. Cuando me preguntan que si es una buena experiencia digo que no, porque no es buena (…) es algo así como IMPRESCINDIBLE.

¿Qué ha significado El Camino de Santiago para mí?


Para mí, El Camino de Santiago supuso un esfuerzo totalmente desconocido y además estoy completamente segura de que por iniciativa propia no lo hubiese hecho.
Por esta razón, animo a todo aquel que tenga dudas en participar en esta actividad porque la experiencia final es 100% gratificante.
Cada día que pasaba me preguntaba una y otra vez que hacía yo allí. Veía a compañeros más ilusionados que yo y además tenía la constante sensación de que no iba a conseguir mi propósito.
Pero en el momento en que llegas a la plaza del Obradoiro, te olvidas de todo lo que has sufrido y corres con tus compañeros porque has llegado a tu meta.

A día de hoy no tengo ningún recuerdo negativo que sea comparable con la satisfacción de haber logrado con tan solo 15 años lo que tanta gente desea experimentar y agradezco al colegio que nos haya brindado esta oportunidad.